domingo, 29 de abril de 2018

Clementina

Pablo atravesó las inmensas y macizas puertas a paso tembloroso. Apenas podía contener el aliento. El corazón se le escapó por la garganta. El ambiente olía a tabaco fuerte. El sudor frío le erizaba la piel de la nuca. <La vida es eso que pasa cuando cruzamos una puerta>, pensó, y juntó valor para enfrentar lo que fuera que encontrara al final del pasillo. No sabía que esperar. Se había preparado para lo peor aunque esperaba, rogaba por lo mejor. Camino lento, alargando los minutos como quien raciona agua en el desierto. Camino recto, decidido, con aplomo de soldado y espíritu de niño ilusionado. Camino, porque ya estaba demasiado lejos de la entrada. Las molduras de mármol daban al lugar ambiente a mausoleo, a historia, a pasado. Los tablones de madera crujían a cada paso, insoportable rechinar de clavos oxidados. Nunca entendió la fascinación de Clementina por esas tumbas vivas, esas tremendas moles olvidadas, habitadas por necios insectos aristocráticos. Sin embargo, camino, porque así lo quería ella, y ella era su destino. Pablo avanzaba por ella, con el recelo del que se siente fuera de lugar, lejos de todo lo que le resulta conocido. Avanzaba con el impulso de los aventureros, de los conquistadores. O mejor dicho, de los conquistados. La energía torpe y tozuda de los que alguna vez nadaron sin ahogarse en la profundidad de unos ojos, en el abismo de las almas que se permiten sentir lo absoluto. La inmensidad de aquellos a quienes la vida atraviesa sin encontrar obstáculos, dejando las mas hermosas huellas. Pablo caminaba al encuentro de Clementina, la criatura mas extraña, altiva, insubordinada y divertida que haya conocido jamas. Pablo la amaba y recorría el gélido pasillo solo por ella. 
Al cabo de una eternidad de inhalaciones breves, por fin la vio, esplendida, pacífica, sentada en el suelo polvoriento, rodeada de luz. Clementina levanto los ojos, que había tenido fijos hasta entonces en el mármol. Lo miró y sonrió. Pablo se rindió. Esa sonrisa fue su fin. 

domingo, 22 de abril de 2018

El para siempre es solo una opción

<El mundo nos mira de lejos...>, dijo Lucia, sin previo aviso, y se cebo un mate amargo. Tenia los ojos aun pintados de negro. Desparejos. Las pestañas apelmazadas. Pasó el mate y apretó los labios. Quería seguir hablando, pero no estaba segura de que decir. La noche no había hecho un corte limpio y el día la sorprendió desnuda de escudos. Desnuda de cobijas. La ronda era corta y el mate volvió rápido. Se cebo otro. Aun con la bombilla en la boca levantó la vista y miro a Sandra, que escondida entre los tallos largos de las margaritas medio muertas parecía adormilada. Aprovecho el de reojo y paseó la mirada hasta la hamaca del patio. Nico dormía desplomado. Desordenado. Increíble. Ajeno a todo lo que pasaba en el rellano del comedor. <... y yo queriendo tenerte tan cerca. Tan ciego>. Sandra espabiló y agarro el mate que le pasaban. Nico dormía. Iridiscente. Lucia apretaba los labios. La noche, tan larga, tan sobria, se encaprichaba en perdurar. El mate amargo. Los tallos largos de las margaritas medio muertas. El amor que por ahora no es. Y digo, por ahora. A propósito. Porque el para siempre es solo una opción. 

domingo, 15 de abril de 2018

Siempre pensare que el amor es hacerse reír.

¿Que pasa cuando miras alrededor y ves lo que hace tanto tiempo querías ver?. 
Primero, te regocijas en el hecho de que aquella magnifica visión es producto último de tu arduo trabajo. Te abrazas a vos mismo. Te besas. Te acurrucas en la victoria.
Después, casi inmediatamente al ultimo auto-beso, empezas a pensar en formas de mejorar esa utopía. Un pequeño paso por acá. Otro pasito por allá. Todo es válido porque, ahora que por fin te sentís amo y señor de tu alma, todo es posible. Tenes delante un gran bastidor de pintor, con una enorme tela blanca, tan pulcra, tan brillante, esperando a que des las próximas pinceladas. Y por un breve momento, es aterrador. El espacio diáfano. La infinidad de formas. Vacilas. Los pies clavados en el piso. Probablemente los ojos cerrados. Los labios apretados. 
De pronto, la risa. Una carcajada espantosa. Violenta. Polifónica. Una risotada inmensa irrumpe en tu garganta, nacida y crecida en el centro de tu pecho. Empuja, autoritaria, toco el camino por la garganta y estalla en mil pedazos a tu alrededor. Se replica, como ondas expansivas. Se multiplica. Hace que el abdomen duela. Hace que te lloren los ojos, sin lagrimas de dolor. 
Y una vez recuperado el aliento, manos en la panza, ojos achinados, volves a mirar en derredor. Observas lo que hasta ahora conseguiste y pensas que ya nada es suficientemente aterrador, nada es imposible. 

domingo, 8 de abril de 2018

Octavo circulo

La puerta roja. Las cadenas. El candado. El piso de cemento áspero. Calor. El inútil rayo de luz que entraba, arrogante, cegador, por la única rendija que quedaba entre tanto vacío. No estaba seguro de donde se encontraba. No sabia cuanto tiempo había pasado. Era un día normal. Soleado. Un poco húmedo. La camisa lo tenía sofocado. Ya se había aflojado el nudo de la corbata. Todavía le quedaban dos juzgados por visitar y luego, por fin podría volver a casa. Las carpetas repletas de papeles le lastimaban el brazo. Primera parada. Todo en marcha. Ordenes firmadas. Apelaciones en curso. La calle. La sombra inexistente que no le permitía resguardarse del sol. Segunda parada. Un problema de semántica en un anexo. Correcciones gramaticales. Lograr los objetivos. Siempre. El era un tipo sensato, práctico. Si la forma de sacar adelante un proceso era cambiar un par de palabras, se hacía. Sin mas. El era muchas cosas, pero ahora se definía a sí mismo con verbos en pasado. Era. Tenía. Hacía. No sabía porque, pero sentía que su persona en tiempo presente ya no era correcta. El mundo se había acabado. Eso creía. Por eso estaba allí. Salió a la calle por ultima vez. Aunque en ese momento pensó que seria la ultima del día, no de su vida. Camino un par de cuadras y al doblar la esquina, a pocos metros de la entrada de su casa, todo se transformó en oscuridad. Lo siguiente que recordaba era esa maldita puerta roja. Hierro pesado. Remaches plateados. Candados. Un calor abrazador. En el infierno de los fraudulentos, Gerión era el mas bello entre las bestias, pero aun así, ardían todos por igual.

domingo, 1 de abril de 2018

Sus ojos cristal clavados en los mios

-¿Por qué me miras así?
Se lo iba a preguntar, juro que si. Pero por un segundo pensé que quizás no quería saber. Cabía la posibilidad de que la respuesta no fuera la deseada. Es verdad que lo conozco bien, o al menos eso creo. Lo he visto triste, enojado, sonriendo. Sonreír y reír, que en su caso no suponen el mismo gesto. A mi me sonríe. Con toda la cara. Con los ojos hechos cristal. Con dos tiernos hoyuelos en las mejillas. A veces le tiemblan los labios. A veces levanta una ceja con malicia. A veces solo me mira. Atentamente. Cuando le hablo, aunque sea de cualquier cosa. Me mira, atravesándome. Sus ojos cristal clavados en los míos. Casi sin pestañear. Y luego ese gesto suyo. Entre media sonrisa y apartar los ojos. Ese gesto que hace cuando nuestras miradas se encuentran. Cuando la que mira fijo soy yo. Cuando con los ojos le exijo la respuesta. Esa que quizás no quiera saber. Porque no solo temo estar imaginando esa mirada. Mas le temo a que sea real...