domingo, 29 de julio de 2018

Invisible

Hubo una vez un sueño que me espanto tremendamente - comenzó diciendo Emilio, con la voz pesada y ronca de siempre, con los ojos empañados de vida, a un modesto montón de gente que se había acumulado en el pasillo frente al aula - hubo una vez un sueño que no creo ser capaz de olvidar jamas. Verán, no soy un soñador compulsivo, ni despierto ni dormido. Siempre me pareció que los sueños desviaban la atención de la realidad. Meras especulaciones, deseos. ¡Bah!, cosas inútiles sin razón. Sera que uno por viejo y gastado pierde en alguna parte del camino la capacidad de asombro, y con ella la habilidad de soñar. Sin embargo - dijo, y como para enfatizar la idea levanto un dedo al cielo raso - hubo un sueño que me espanto tremendamente. Fue hace tiempo ya, aunque no mucho. Por fin me había logrado dormir, después de muchas vueltas manzana, después de intentar varios licores y esperar que por cansancio me gane el sueño. La gente grande duerme poco. La cuestión es que me duermo y al instante me veo, a mi mismo claro, encapuchado en un piloto caro, que seguro no era mio, caminando por una vereda paralela al adoquinado, alumbrada apenas por los faroles de calle. Llovía, aunque no se si llamarle lluvia a esa bruma tan liviana y volátil que se junta a veces en el aire, que apenas si te moja, pero que molesta. Entonces caminaba yo, con el piloto caro, bajo la torpe bruma y empezaba a ver gente. Mucha gente. Andaban también por ahí, como yo, pero absolutamente absortos en algo que desconozco. Escondidos los rostros por las capuchas. La bruma que esmerilaba la imagen. Iban y venían, en direcciones opuestas, todos apurados, agitados, nerviosos - dice ahora, elevando la voz hasta donde le permite la tos, y alzando también las manos, quedando al final con la mirada vuelta al techo donde la deja unos segundos, y retoma, hablando bajito - Todos apurados iban y venían, pero ¿saben qué?, nadie se miraba. Recuerdo que en pleno sueño me quede parado en la vereda a un paso del adoquinado, me saque la capucha y levante la cara para que la bruma me cayera encima y para verlos mejor. ¡Fantasmas!, les digo que parecían fantasmas. Iban y venían, agitados, compulsivos. Sin tocarse, sin siquiera rozarse. Y la lluvia se hacia mas espesa y entonces me atravesaban para poder pasar sin desviar su ruta. Sentí que me atravesaban, estimados, porque lo cierto es que el invisible, ¡era yo! - Hace una pausa dramática, tan típica de su porte singular. Todos lo observan esperando que siga, esperando el final de la historia. Entonces carraspea un poco, se limpia los anteojos con la manga y dice - ¿Saben lo que me resulto tremendamente espantoso de todo eso?, que al venir hacia acá, recién, en plena avenida, tuve la misma sensación. 

domingo, 22 de julio de 2018

Como escarabajos

Todos nos hemos sentido alguna vez solos en la oscuridad. Solos, envueltos en un infinito helado de desconocimiento, de profundidad, de absoluto. Como cuando te despertas de repente, sobresaltado, en plena madrugada, arrancado del mundo de los sueños como quien desgarra una tela fina y delicada, dejándola llena de hilos sueltos, de fines. El primer instinto es cubrirse. Taparse con lo que haya a mano. Refugiarse. Aunque estemos solos. Aunque estemos a salvo. Lo primero siempre es cubrirse. Sobrevivir. Pronto, a causa de una curiosidad irreverente, uno se anima a abrir los ojos. Y las pupilas se dilatan como dos enormes olivas negras, como escarabajos. Se dilatan para permitir la entrada de luz. Siempre en oposición a la sombra. Al no. Y en cada oscuridad ocurre lo que sigue. La certeza incuestionable, irrefutable. La completa seguridad de sentir su presencia. A veces su aroma. A veces su mirada ahuecandome la frente, o el peso de su cuerpo hundiendo la esquina opuesta del colchón. Lejos. La distancia justa que evita la amenaza. El corazón alerta, mas no por miedo. Convencido el cuerpo de que no existe el peligro, puesto que una inexplicable sensación de paz flota en el espacio que gobierna la oscuridad. No me pregunten, porque no lo se. Al parpadear todo ha terminado. Los escarabajos ya habituados a la penumbra comienzan a percibir las formas de la habitación. Ya es posible descubrirse. Es el fin de lo absoluto.  


~ Formas breves ~

domingo, 15 de julio de 2018

En el 26

La criatura lloraba. Se ahogaba en llanto. La mujer de los grandes anillos miraba sin pudor, altiva, repugnada o  indignada, no sé. Mientras la criatura se ahogaba los demás escondíamos la mirada temiendo importunar, acalorados por la impertinencia de los grandes anillos, que ahora repartían opiniones desoídas. Absorbíamos la tristeza desesperada y desolada del mocoso. Con la mirada clavada en el exterior que se borroneaba rapidísimo al otro lado de mi ventana, imagine una madre inexperta, acomplejada, inventando lo fantástico, una criatura que se partía el cuerpo, se rajaba la ínfima existencia en llanto, una multitud populista que a esa hora del día colmaba el transporte sin ser capaces de medir sus propios mega hertz. La vergüenza de no poder callar la propia sangre. Los demás, como siempre, mirábamos para otro lado, impotentes. Fijo a los anillos parlantes. A golpes de retina quererlos callar. La criatura lloraba...

domingo, 8 de julio de 2018

La autopista

Los veo pasar. Desde luego que los veo. Le aseguro que ciego aun no estoy. Tampoco sordo y mucho menos mudo. Los pocos vestigios de humanidad que aún conservo, se los debo a mis sentidos. La velocidad y la voracidad que necesita este sitio infame para funcionar ya no me afectan. He vivido, he amado y pronto partiré. Mientras tanto los veo pasar. Temprano, rapidísimo hacia el norte. Todos en fila y prolijos. Por la tarde se complica. Las filas se colman de luces rojas que miran al sur. Aparecen y desaparecen. La columna del norte se adelgaza y fluye como manantial. Como salmones a contramano de todos. Para cuando cae la noche el espectáculo es glorioso. Luces blancas. Luces amarillas. Luces rojas. Todas en fila india. Todas al sur. Todas resplandecientes. Por horas parpadean en el margen derecho de mi ventana. Pongo la silla al revés y me siento apoyando los codos en el respaldo. También el mentón reposa a veces en el brazo. Entrecierro los ojos y las luces se alargan, se borronean, se rodean de una bruma cenicienta. Por horas enteras, los veo pasar. Y mientras disfruto del juego de destellos que aparece y desaparece en el margen derecho de mi ventana, pienso en los pobres infelices que suben apurados, a toda velocidad, para luego clavar las luces rojas en el asfalto y acampar allí arriba, borroneándose en la neblina de la noche. Pienso en ellos, que eran yo. Y pienso en mi, detrás del vidrio, desparramado en esta silla, donde por fin  he comenzado a vivir.

domingo, 1 de julio de 2018

El tiempo incomprendido

Verónica despertó esa mañana cubierta entera en sudor. Creía haber tenido una pesadilla, pero no estaba segura. Aún así, se sentía perturbada, un mal presentimiento la envolvía. Se levanto, se cubrió la desnudes con una leve manta de hilo blanco y recorrió la casa a paso lento, tembloroso. Parecía un fantasma. Helada. Tan pálida. Dejo caer su agotamiento en el sillón, junto al ventanal que no revelaba mas que oscuridad. La madrugada se demoraba en mostrar luz y ella, tan pálida, tan desnuda, tan asustada. Verónica era una criatura mística, volátil, liviana, translúcida. Si tenía miedo, su mundo entero temblaba, si estaba feliz su mundo reía y si estaba triste el espacio se le inundaba de sollozos. Permaneció inmóvil el resto de la mañana, ajena al ascenso solar y a los cambios de temperatura, hasta que un estruendo exterior la saco con brusquedad de la ensoñación que la tenía prisionera. De repente, fue totalmente conciente del mundo real y, sobre todo, de que esa tarde debía encontrarse con Ricardo en ese bar de la esquina de Medrano. Pensó, con una suave, casi imperceptible, sonrisa, que él parecía un buen hombre y que quizás merecía la pena ir a su encuentro. Al menos para ver. ¿Ver qué?. No sabia, pero quería ver. Comenzó a vestirse lentamente, como quien roza telas ásperas sobre heridas abiertas, con dolor. Salir de su refugio le tomaba tiempo pero confiaba en que Ricardo sabría esperarla, y si así fuera, ella sabría que por fin valdría la pena arriesgar lo mas preciado de sus posesiones. Su corazón.

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