domingo, 28 de octubre de 2018

Y luego, el salto.

Y sobre todo, lo que nos hacía falta, como conjunto, era el abrazo. Por lo demás, lo teníamos todo. Aunque no tuviéramos nada en realidad. Todo lo que necesitábamos no estaba comprendido dentro de las muchas cosas que teníamos. Uno puede acumular toneladas de lo más inverosímil sin llegar nunca a sentirse poseedor, dueño de nada. 
Sin embargo, y acá viene lo importante, yo te tengo. No como se tienen las plantas o las mascotas. O como se tienen los niños entre sí. Yo te tengo y vos, vos a mi también. Me tenes en los ojos, en el olor de tu pelo, en las partículas que han ido quedando bajo tus uñas. En el mensaje que escribí a escondidas con el vapor, en el espejo del baño. En las lapiceras que me dejo olvidadas en todos lados. En el plantin que cada tanto regamos juntos, cuando siento tu mano que me hace cosquillas en la espalda, sobre la columna, como ya sabes. Y es por todo lo que sabes, que me tenes. Como se tienen los sueños o las ganas o las esperanzas o las fuerzas. Porque lo único que nos hacia falta, como conjunto, era el abrazo. Inmenso. Doloroso. Eterno. Inmortal. 
Y luego, el salto al vacío.

domingo, 21 de octubre de 2018

Opciones

Las posibilidades eran muchas. Podía correr y esconderme. Claro que para eso necesitaría encontrar un escondite amplio y cómodo en donde quepan conmigo todos mis miedos. Sería difícil pero no imposible. También podía quedarme ahí, bien quietita, sin hacer el menor ruido, sin siquiera pestañear. Intentar pasar inadvertida, hacer de cuenta que nada pasó o que no importaba. Seguir haciendo lo mismo, día tras día y esperar a que todo se resuelva. Por decantación. Por su propio peso. Que de buenas a primeras se desintegre todo en el espacio, como en ese cuento de Lugones, con el aparata cuboide que desintegraba la materia. Aunque pensándolo bien, terminaba por desintegrarse él. No. Por otro lado, podía dejar de ser cobarde. Podía juntar un buen cajón de coraje, cinco o seis kilos de agallas. Enfrentarlo. Ensayar las palabras justas y también el tono. Actuar lo suficientemente bien para que la voz me deje de temblar, para sostenerle la mirada fija. A los ojos. Para no dudar. 
Como dije, las posibilidades eran muchas, pero sólo una me aseguraba el final correcto. La prontitud. La solución definitiva. Como pasa con los túneles, en la vida a veces es necesario romper para poder construir. 

domingo, 14 de octubre de 2018

En el tren

-Delicada como papel de arroz- pensó Pablo cuando al fin levantó a Clementina del suelo polvoriento y frío, y salieron de ahí. Helada como estaba, conservaba una sombra de rubor en las mejillas. Le sonreía, observándolo sin pestañear mientras él la guiaba fuera del edificio. Aún era de día. El sol calentaba el asfalto y al tocar la porcelana que recubría la piel de Clementina resbalaba, ajeno a ella, se volteaba y le daba la espalda a la princesa pálida que sin embargo disfrutaba de su proximidad. Pablo la sostenía con elegancia del brazo, como pareja antigua, foto en sepia. Recorrieron a paso desinteresado varias manzanas, esquivando los adoquines impares, pateando piedritas. Ella iba en puntas de pie. Él le daba apoyo.
Pasaron por la estación y ella propuso tomarse el tren. -¿A donde?- pregunto él. -No importa- le respondió sin mirar y no dio tiempo a dudar. Un tren al norte. Un asiento doble junto a una ventana. Las vías que se sucedían entre arboledas. Barrios de hermosas casas. Plantas frutales.
El día fue agotándose mientras ellos iban y venían en un tren que no los llevaba a ningún lado, porque estaban justo donde debían estar. 
De la nada (o de los bolsillos) Clementina sacó un papel y un lápiz. Observó un segundo más el perfil de Pablo, recortado por la luz de noche del ventanal, y anotó:

"Si fueras de mentira, me creería el engaño, y
si fuera un sueño, despertaría.
Sólo para contarles lo bello que fue
haberte encontrado en mis pensamientos."

Doblo el papel en ocho partes y lo escondió en la ranura del marco de la ventana, justo debajo del rostro de Pablo, que miraba intrigado.-Volveremos a encontrarlo - dijo, y le sonrió. Luego se recostó en su hombro y se quedó inmóvil, dormida. 
El tren iba y venia.

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Capítulos anteriores:

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#escriarte

domingo, 7 de octubre de 2018

Para Zelda

"Se cuanto diste. Se cuanto esperaste. Se lo que teníamos y también imaginé, entre penumbras, lo que pudimos haber tenido. Se que fue un comienzo atropellado. Demasiadas coincidencias hacen que los pares choquen. Tu genio, tu éxito, lo sabes, me asustaban. Nunca quise ser tu reflejo en un espejo que me omitía. Mucho menos tu sombra. Vos querías que triunfara a tu manera, y eso también me agotaba. Se que me amabas. Confieso que durante lo que duro mi pobre existencia física no logré entenderlo. Vivía confundiendo realidades y tus dedos apropiándose de mis diarios no ayudaban. ¿Cómo era posible dar tanto, dejar todo, por una loca agobiada, envidiosa y borracha?, diría Ernesto. Ya se, me dirás que no era así, que siempre fui muy dura con él, conmigo y con vos también. Pero ahora que el dolor se ha ido, ahora que puedo verte sin velos, sin telones, me quiebro aún más de dolor. Mi enfermedad fue tu perdición. Tus palabras nunca volvieron a ser bellas. Tu alma al mejor postor. Y ya en la cumbre de la mediocridad que significa rematar la sensibilidad, no escuchaste a nadie. Siempre tan ciego. Tan vos. Hubiéramos podido tener el mundo. Lo sabes. Juntos, podríamos haber conseguido todo. Pero nunca fuimos pares. Vos conmigo y yo...
Aún así te ame, como Daisy amó a Gatsby, Por siempre jamas."

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Siempre pensé que algo así podría haber sido una buena carta de despedida de Zelda a Scott Fitzgerald. Nunca es tarde para decir adiós.

Escriarte.