domingo, 25 de noviembre de 2018

Sin apuro

"Con los pies en el pasto se conecta uno con el tiempo. 

El sol atraviesa la carne haciendo agua pero la tierra es fresca, húmeda como tu mirada, y vibra bajo los acordes de un bajo absoluto que retumba, como nosotros, como vos y como yo.

Resuenan también las risas infantiles, las pelotas que se fueron lejos y terminaron ajenas. Los perros corren en espiral, nosotros el eje. Todo se mueve.

El viento me desordena las páginas, que vos te apuras a juntar para mi entre tus manos.

Te veo proyectar colores de vitral, haciendo equipo con el sol que te complace y te vuelve hoguera.
Te veo distraerte, perderte, sonreír cuando al fin me enfocas. Y brillas.

Sin apuro te despeino sabiendo que te encanta para terminar de cara al pasto abrazada a tu remera, perdiendo con ganas el tiempo y ganando, si queres, también tu calma.

Con los pies en el suelo se conecta uno con el cielo."

domingo, 18 de noviembre de 2018

Pensar que justifica

Detrás de la ventana,
flancos cortinados,
vidrio empañado,
Mira sin moverse.
No se mueve, 
no parpadea,
mira,  mira
mira y piensa.
Lo que piensa
no se sabe,
no se sabe lo que dice,
no dice.
El abdomen contra el vidrio,
empañado, frío.
La calle desierta y
él mira.
El calor se derrite
el reflejo es cegador
desde el otro lado lo veo
mira sin pudor.
Que mira no se sabe,
apenas se lo ve,
cortina a cada lado sin moverse,
mira y piensa.
¿Será que piensa
en el fin?
El fin que lo justifica.



domingo, 11 de noviembre de 2018

En el kiosko había sombra


En el kiosco había sombras. Lo sé porque las vi con estos mismos ojos que ahora te miran. Las vi varias veces. Siempre las mismas, una pequeña y dos más largas, lejanas. La chiquita cada tanto se alejaba, creciendo, pero se ve que no le gustaba porque volvía a ponerse en el lugar en que quedaba pequeña. Con Gabriel las dibujamos muchas veces. Mamá pensaba que estábamos locos, los dos con las mismas sombras. Era inevitable usar colores oscuros y eso en dibujos de críos es, cuanto menos, alarmante. Ahora lo sé. Pero en ese entonces solo deseábamos representar las sombras del kiosco de Manuel.
Él vivía en el fondo. Detrás de los paquetes de cigarrillos había una puerta y más allá un pasillo que daba a una habitación oscura y húmeda. Manuel la tenía colmada de libros. Estaban en las paredes, bajo la única ventana, bajo la mesita de luz y alrededor de la cama de caño oscuro. 
Todos los días ocurría lo mismo. Abría el kiosco bien temprano y atendía él mismo a todos los chicos del colegio de al lado (el nuestro). Gabriel y yo pasábamos a comprar caramelos para el recreo y desde el mostrador de los frascos veíamos las sombras. A esa hora solo estaban las dos más grandes. Para el medio día se irían a otra parte porque Manuel salía a almorzar y a buscar un libro de la covacha del alemán. Uno por día. Todos viejos y amarillos. Gabriel siempre decía que el alemán se había convertido en uno de sus libros y que Manuel pronto quedaría igual. Viejo y amarillo.
Por la tarde, cuando regresaba, nos encargábamos de verificar que las tres sombras estuvieran con él, detrás de los frascos, cerca de la puerta escondida que conducía a la habitación de los libros. Nos alegraba mucho verlas porque eso significaba que Manuel no estaría solo por la noche. Aquello nos preocupaba por razones que ahora no puedo precisar.
Por años fuimos testigos de la rutinaria compulsión de Manuel por los libros que le daba el alemán. En cierto momento tuvo que ponerle techo al pasillo y pronto se llenó de pilas y torres. Se multiplicaban con magia, o como una maldición. Llegaron a ocupar incluso algunos rincones del kiosco, detrás de las cajas de galletitas y chocolates. Gabriel empezó a asustarse y yo también. Las sombras se volvían cada vez más pequeñas, difusas. No les quedaba espacio para proyectarse.
Un buen día nos agarramos de la mano, y fuimos a encarar al alemán. Lo acorralamos entre nuestros cuerpitos infantiles y los estantes de su covacha. Le ordenamos, con impaciencia y enojo, que dejara de darle libros a nuestro amigo Manuel, que ya no tenía espacio para que vivieran sus sombras, se ahogarían y él quedaría solo por las noches.
El viejo nos miró primero con sorpresa y luego con ternura. Nos agarró de a uno por debajo de las axilas y nos sentó sobre una torre de enciclopedias de tapa dura. –Miren mocosos – nos dijo sonriendo, mostrando sus dientes parduscos, hablando en susurros – su amigo Manuel jamás estará solo. Lo que ustedes llaman sombras son apenas un reflejo de todos los héroes y heroínas que velan sus sueños ¿no lo ven? Son los libros los que forman las sombras que guardan vigilia por el viejo Manuel. Mientras los tenga no habrá sitio donde esté solo.
Ese día Gabriel se llevó un libro de la covacha del alemán. Y yo…yo también.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Perderme en el camino.

- A menudo sucede que me pierdo - comenzó diciendo Emilio, ya amanecido, ya espabilado - Me pierdo inclusive en mi propio barrio, entre calles que conozco. No crea que soy tonto, o viejo. Bueno, viejo si soy, pero no es por eso que me pierdo. - Se acomoda en el sillón desde donde puede alcanzar sin esfuerzo el diario y la taza de café, a la que ya le ha agregado ¨un mimo¨, que en su idioma viene dentro de una botella de Jack Daniels - Todo comienza siempre de la misma forma. Salgo a caminar, enciendo un cigarrillo, dejo que algunos rayos tímidos de luz me alcancen. Y entonces una idea me invade. Pequeña, insulsa. Una palabra o una imagen. Yo soy muy débil y me dejo llevar. Le permito que me guíe. Y ella va y viene - dice, a la vez que mueve los dos indices en el aire, acompañando el vaivén. Tiene el diario sobre las piernas y lo ignora. Al café mimoso le dio varios sorbos, pero está muy caliente. Va de pijama a puro rombos y círculos. En conjunto, es pura psicodelia. - Me lleva donde quiere, me envuelve. Vamos a los saltos, de una imagen a otra, de una idea a otra. Se arma un monólogo afónico en mi mente, una suerte de discusión que mantengo conmigo mismo intentando convencerme de algo que sale de mi propia mente. Muevo la boca. Hago gestos con las manos - me los muestra, como si yo no comprendiera sin ejemplos y sigue - paso a paso diserto, repregunto, dudo, me vuelvo a convencer. Verá, en medio de todo esto, me pierdo. Comprenda que uno elije siempre el siguiente paso en función de sus necesidades, incluso inconscientemente -  hace una pausa dramática que ya conozco. Toma café. Es un gran actor. Hace tiempo para dejarme pensar - Mi único interés en esos paseos recae sobre éstas ideas. Nunca me ha importado el destino. Prefiero perderme siempre en el camino - su voz se apaga sola en el aire y ya no me mira. Se calza los anteojos gruesos de marco color ámbar y levanta el diario frente a su cara. Me alejo, la charla ha terminado.