De repente la linea enloqueció. Se volvió violenta, irregular, histérica. Era bella y armónica. Era estable. Era luz. El primero en verla alerto al resto. Una frase hecha. Un código. Algo que en si mismo no significaba mas que un leve llamado de atención. En tono calmo, serio. Todos los presentes arrojaron la vista al monitor. Soltaron lo que llevaban entre manos. Se empezaron a mover. Sincronizados. Un ballet de batas verde esmeralda. Giros. Cambios de posición. Uno a la cabecera. Uno a cada lado. El resto yendo y viniendo. Buscando y trayendo. Y el sonido agudo de la alarma anulaba el espacio. Anulaba el tiempo. Todo es movimiento, pero nadie habla. No hace falta. Ochenta kilos morochos pesan sobre dos manos que se entrelazan y se apoyan en el pecho izquierdo de quien yace. Rítmicos movimientos de colapso. Subida y bajada. El morocho se agita. Respira hondo y sigue. El resto se sostiene en inhalaciones breves. El encargado de vigilar la pantalla se emociona. La linea cambia. Se aplaca. El morocho para. Todos vuelven a girar. Cambian lugares. El ballet continua. El ruido ensordecedor de la alarma se detiene. El que yacía reacciona. Vuelve. Toma aire como quien acaba de salir del agua. Pestañea. Pregunta que ha pasado. Le dicen que nada, que esta todo bien, que descanse. Y descansa. Tranquilo. Y que lindo es verlo respirar. Porque con él, volvemos a respirar todos.
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ExpressAte sin aluciones político-religiosas malintencionadas. Gracias!