Primero, te regocijas en el hecho de que aquella magnifica visión es producto último de tu arduo trabajo. Te abrazas a vos mismo. Te besas. Te acurrucas en la victoria.
Después, casi inmediatamente al ultimo auto-beso, empezas a pensar en formas de mejorar esa utopía. Un pequeño paso por acá. Otro pasito por allá. Todo es válido porque, ahora que por fin te sentís amo y señor de tu alma, todo es posible. Tenes delante un gran bastidor de pintor, con una enorme tela blanca, tan pulcra, tan brillante, esperando a que des las próximas pinceladas. Y por un breve momento, es aterrador. El espacio diáfano. La infinidad de formas. Vacilas. Los pies clavados en el piso. Probablemente los ojos cerrados. Los labios apretados.
De pronto, la risa. Una carcajada espantosa. Violenta. Polifónica. Una risotada inmensa irrumpe en tu garganta, nacida y crecida en el centro de tu pecho. Empuja, autoritaria, toco el camino por la garganta y estalla en mil pedazos a tu alrededor. Se replica, como ondas expansivas. Se multiplica. Hace que el abdomen duela. Hace que te lloren los ojos, sin lagrimas de dolor.
Y una vez recuperado el aliento, manos en la panza, ojos achinados, volves a mirar en derredor. Observas lo que hasta ahora conseguiste y pensas que ya nada es suficientemente aterrador, nada es imposible.
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ExpressAte sin aluciones político-religiosas malintencionadas. Gracias!