El
viento era tan espeso que alcanzaba para hacerte compañía. El calor iba en
aumento pero todavía <se podía estar>. Paré para almorzar y ocupé un
lugar en las escalinatas, de cara al sol. Estaba leyendo, por lo que al
principio no advertí la escena que se fue formando a mí alrededor, como en el
teatro, cuando los actores corren de un lado a otro buscando su lugar y detrás
van los maquilladores, vestuaristas y utilería. Se levanta el telón y de
repente uno encuentra todo armado, armónico, un caos lógico y funcional. Así
los encontré frente a mí, jugando a la pelota en el centro del playón
que rodeaban las escalinatas. A un costado, un busto de bronce los seguía con
la mirada y esquivaba como podía algunos pelotazos. Dos caniches que andaban
sueltos les corrían los botines a riesgo de convertirse ellos mismos en el
objeto de juego.
Me
saque los auriculares para completar la escena. Y sí, había pajaritos, pero también
los ruidos de la ciudad, las bocinas, el sordo ruido de las pastillas de freno,
la feria itinerante. La música lejana de la calesita que traía por momentos el
viento. Ellos gritaban. Se tiraban al piso y barrían la pelota y los tobillos
ajenos como si fuera una final de campeonato. El sol del medio día les daba de
lleno pero cuando sos chico no te importa. Pronto comprendí que estaba sentada detrás
del arco, suponía un riesgo y me corrí. La señora que tomaba mate a la sombra
me copió la táctica.
Ellos
brillaban de sudor y exhalaban energía, como vectores de velocidad en
direcciones inversas. Los caniches se cansaron. Una jugada paso de largo, mandó la pelota a la calle, esquivando por nada la cara de la señora que, de
repente, gritó: - ¡¿Qué te parece si corres el arco, pichón?! – Su voz estaba
llena de tango, de pucho y de sol. Ellos prefirieron tirarse al suelo, tenderse
justo donde habían quedado parados. La señora esbozó una carcajada triunfal y
me ofreció un mate. La plaza era pura vida. Hacía calor, pero <se podía estar>.
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ExpressAte sin aluciones político-religiosas malintencionadas. Gracias!