domingo, 25 de febrero de 2018

La excursion

Es un muy lindo ejercicio el de aprovechar una caminata para intentar prestar atención a todos los detalles que nos rodean, a todo aquello que logra captar nuestra mirada un instante y luego desaparece, fugaz, olvidado por la desobediente mirada del que pasea, del que osa observar pero no se detiene a ver realmente nada. El ejercicio parte de una premisa básica: prestar atención al escenario por el que paseamos. A todo, sin buscar nada en particular. Luego, terminada la excursión, de debe intentar recordar la mayor cantidad de detalles, haciendo una suerte de enumeración de sustantivos. Claro que para esto hubo de ser necesario excluir toda la batalla de pensamientos random que nos atacan cuando paseamos solos y en silencio. A su vez, es un método sencillo de meditación activa. 

Casualmente he puesto en practica yo misma lo antedicho, y por compulsión, lo tuve que pasar al papel. Aquí va:

"Atardece. Sopla el viento. Los arboles se mueven haciendo sonar suaves melodías. Hay pájaros cantando, anunciando el fin del día. Las calles dan vueltas infinitas entre pasajes empedrados y asfaltados. Silencio. Las veredas se continúan, algunas colmadas de verdes plantas que asoman desde las entradas privadas hasta el espacio publico, invadiendo el paso, perfumandolo. Un par de gatos gordos salen a mi encuentro, escapando por entre el enrejado de lo que parece una casa abandonada. O en reformas. Vidrios rotos. Paredes a medio hacer. O medio deshechas. Ronroneo. Mas allá, la inmensa escuela, color naranja ladrillo, que ocupa toda una manzana, que forma una rotonda en plena calle, porque se ubica justo en medio. Vacia. Algo descuidada. Las hamacas del jardín oscilan por el viento. Luego todas casas bajas. Coloridas. Boscosas algunas. Modernas otras. La garita de seguridad de la esquina está abierta. Dos vecinos toman mate y comparten charla en su interior. La casa mas linda de todas tiene farolitos blancos con velas en el marco de las dos ventanas del piso de arriba. Paredes verde agua y mariposas violetas pintadas en el marco de la entrada. Los perros guardianes posan a mi paso. Me siguen con la mirada. Una escultura de un anciano calvo en posición de pensador adorna una entrada. Otra lleva clásicos leones a ambos lados. Los arboles invaden con sus raíces mas de una vereda. Tropiezo. Me encuentro casi de narices con un muñeco de torero, colocado cuidadosamente entre las ramas anchas. Detalles que impregnan la vida. Vuelvo cuando ya casi es de noche. El viento se volvió frío." 


Manuel Puig practica este ejercicio de enumeración varias veces en su Boquitas Pintadas (mucho mejor que yo). ¿Quién mas se anima?







domingo, 18 de febrero de 2018

La respuesta

Esos mismos ojos verde jade habían perseguido a Carolina la mayor parte de su vida. Verde pasto recién cortado. Verde planeta desconocido. Esos ojos que se materializaban frente a ella sin necesidad de un cuerpo. Eran, en si mismos, tan peligrosos como un inconsciente cuestionado, un Eros sin Ágape, un punto incandescente en el infinito. Ella los adoraba, aunque sabia cuanto la perturbaban. Y es que no eran los ojos en sí los que agobiaban, era él. Él y sus preguntas retoricas, sus cuestiones filosóficas, sus pensamientos tan largos, tan lentos, tan profundos. Ella deseaba hace años poder aplicar esos últimos tres adjetivos a sus besos mas que a sus palabras. Quería con él un Eros, un Ágape y un Tánatos también. Morirme contigo si me matas. Y entre todas las cuestiones que volaban sobre la cabeza de Adrian, Caro dudaba que alguna vez se hubiera preguntado acerca del amor. Parecía algo tan ajeno a si mismo, tan impropio. Sin embargo, tenia esa forma suya de acariciar, esa forma de tocar, de mirar. ¿Cómo era posible que todo aquello no se vinculara con el amor?. 

Siempre había sido él quien hacia las preguntas difíciles, esperando ver en ella una respuesta que le satisfaga. Esta vez, Caro decidió tomar la iniciativa y ser  quien saque al profeta de su tierra, intentar hacerlo temblar. Aun sentada frente a él, con la cabeza reposando en sus piernas, sintiendo las suaves caricias en su pelo, levanto la mirada y le dijo:

- ¿Para vos que significa ser feliz?

Y esperó.

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domingo, 11 de febrero de 2018

La pregunta

Carolina titubeo un instante. No estaba segura de que debía responder. Tampoco le quedaba cómoda la pregunta. Detestaba replicar cosas que no le apetecían, o que no le interesaban, o de las cuales no sabia nada. Adrian la miraba desde el otro lado de su mente, apacible, inmutable, expectante. Aguardaba la respuesta a su pregunta, pero de esa forma suya que tenia de aguardar, sin emitir la mas mínima vibración, sin apresurarla, dejándola cavilar hasta el ultimo segundo, hasta que Caro estalle en mil pedazos de desesperación. Sentado allí tan calmo, emulaba un arbusto de frutos rojos, firmes y relucientes, ajenos al viento y al calor. En cambio, Carolina iba y venia recorriendo la habitación como si fuera un preso a punto de subirse al patíbulo. La pregunta era capciosa, tenía que serlo. Estaba segura de que había una respuesta correcta que ella no lograba encontrar. Y es que las respuestas correctas son justamente eso, inencontrables. Tuvo que pasar aun mas tiempo, mas idas y venidas, mas miradas encontradas, mas rebusques mentales, para que por fin Carolina se diera por vencida. Sentándose lentamente a los pies de Adrían, reposo su cabeza con suavidad y urgencia en sus piernas, esperando que él hiciera lo que hizo, acariciarle el pelo con el mimo que siempre supo tener, desde chicos, desde toda la vida. Ahora él mimaba y ella miraba. Miraba sus ojos verde jade, verde cristal transparente, verde vida. Respiro hondo, con todo el cuerpo, y se desplomo.

- ¿Que queres ser en esta vida Caro?, repitió él, sonriendole ahora, sabiendo que ella lo sabía.
-  Quiero ser FELIZ. 

domingo, 4 de febrero de 2018

Elisa y Blanca

Eran otros tiempos, es verdad. Tiempos de costuras, tejidos, bordados. Tiempos de revólveres, granadas y cuerpo a tierra. Tiempos en que las mujeres eran fuertemente dóciles, y los hombres fuertemente toscos. Elisa recordaba esos años como si fueran hoy. Como si no hubiera pasado mas de medio siglo. Aquellos años en que se dedicaba a bordar escudos en camisas de poliéster hasta quedarse sin dedos y sin ojos, escuchando las noticias de los avances contra el resto de Europa en una maltrecha radio de madera que compartía con las demás mujeres del grupo. Y es que la guerra si algo enseñaba era a compartir. Dentro de esa habitación, diez mujeres con sus diez faldas plisadas y sus diez camisas de algodón, dedicaban la tarde a surcir y remendar uniformes, ademas claro de atender sus casas y sus hijos. Ninguna tenia menos de dos. Ninguno de ellos mas de diez años. Muchos no habían conocido aun a sus padres. Y quizás no lo harían jamas. "Porque Padre se ha ido a combatir Nazis a Francia, querido, por eso no puede jugar contigo", explicaba Blanca a uno de sus críos. Ella era la mayor y por consiguiente, la mas dura y remilgada. Habia visto el final de la Primera y ahora soportaba la Segunda como si de un maldito juego se tratara. Elisa la recuerda con admiración. Muchas veces deseo ser mas como Blanca y menos como ella. Sobre todo cuando sonaban las alarmas. Ese ruido tan grave, tan vasto y omnipresente que alertaba de aviones y bombas, que indicaba que debían correr y esconderse, cosa que Blanca jamas hacia y tampoco alentaba a que lo hicieran sus hijos. Permanecía sentada donde estaba, sin detener su labor, sin pestañear. Y cuando el resto le gritaba que se metiera al sótano ella bufaba, hacia ademanes insolentes con las manos y decía que prefería morir aplastada en plena sala, con su dignidad intacta, que vivir escondida en ese oscuro agujero del infierno. Blanca era la Resistencia personificada. Y Elisa, bueno, era mas bien el joven refuerzo. Con el tiempo, su admiración no hizo mas que crecer, a la vez que veía como su inmensa testarudez la hacia literalmente inmune a los ataques. Para el final de la guerra, eran dos las mujeres que resistían impertérritas bajo estruendos. Elisa jamas olvido lo que había aprendido de Blanca. Y es que los hombres habrán ido a pelear su guerra a otro sitio, pero ellas, en ese cuarto, con sus agujas, sus hilos y sus hijos, eran la verdadera retaguardia.

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Otra de mujeres fuertes: