jueves, 30 de agosto de 2018

El sol se suicidó


El disco sale girando y  me empiezo a relajar. Suelto los brazos. Dejo de sostener los hombros. Doy algunos pasos al costado, de un lado al otro, balanceándome el peso entre mis pies descalzos. Dejo caer también la cabeza. No miro al suelo, pues cierro los ojos y la voz que escupen los parlantes, grave, decadente, honesta, agotada, se me va pegando a la piel como tatuaje de gena. Las baldosas están frías y siento que me pego a ellas cada vez que intento hacer volar una pierna  en torno a mí, en un giro que no se parece a ninguno sino solo a la forma de esa voz en el ambiente. Se forman ondas caleidoscópicas que se mantienen dinámicas y acompañan los movimientos errantes que ahora el cuerpo decide, emancipado de mí por un rato. Yo tan leve que ni me siento y un paso atrás que choca contra tu cuerpo aparecido de la nada. Me quedo inmóvil, sin siquiera respirar. Te espero. A vos y a tus brazos que me sostienen, que me atrapan. Te dejo hacer. En cada punto capital de la humana existencia estas ahora y el pelo me estorba el camino a tu boca. Lo aparto y entonces me quiebro. Me deshago en trozos que te copian cada mueca, cada contracción. Ahora las ondas y la voz nos envuelven juntos, y el calor derrite el piso en el que ya no me paro porque floto elevada por tus brazos. El disco se detiene pero no importa. El mundo se redujo a tu mano en mi cintura y al dolor de la pausa entre los besos. De repente, el sol se suicidó.

domingo, 26 de agosto de 2018

Necesitamos que sea.



Necesitamos que surja de la nada la templanza requerida.
Que emerja del profundo Mar Argentino quien pueda poner fin a la desidia.
Que no de nausea ajena y que se sepa manejar en la miseria. 
Que se crea un insurgente, que no tiemble ante la gente.
Que se pare firme y valiente.
 Que tararee una canción de cuna mientras esquiva las bombas de a una.
 Que sea un renegado, desprolijo y solitario.
Que reviente cráneos con los ojos.
Que le alcance una palabra para dejarnos sordos.
Que extienda las manos con los puños cerrados y que la guerra sea contra el mal arraigado.
Necesitamos que jure amar, proteger y respetar.
Que jure liderar.
Necesitamos que surja de la nada quien haga la guerra por la paz.
Pero más que nada, necesitamos quien pueda soportar la unidad.

(Dedicado a todas las almas de América Latina)

jueves, 23 de agosto de 2018

Plaza Boedo

El viento era tan espeso que alcanzaba para hacerte compañía. El calor iba en aumento pero todavía <se podía estar>. Paré para almorzar y ocupé un lugar en las escalinatas, de cara al sol. Estaba leyendo, por lo que al principio no advertí la escena que se fue formando a mí alrededor, como en el teatro, cuando los actores corren de un lado a otro buscando su lugar y detrás van los maquilladores, vestuaristas y utilería. Se levanta el telón y de repente uno encuentra todo armado, armónico, un caos lógico y funcional. Así los encontré frente a mí, jugando a la pelota en el centro del playón que rodeaban las escalinatas. A un costado, un busto de bronce los seguía con la mirada y esquivaba como podía algunos pelotazos. Dos caniches que andaban sueltos les corrían los botines a riesgo de convertirse ellos mismos en el objeto de juego.
Me saque los auriculares para completar la escena. Y sí, había pajaritos, pero también los ruidos de la ciudad, las bocinas, el sordo ruido de las pastillas de freno, la feria itinerante. La música lejana de la calesita que traía por momentos el viento. Ellos gritaban. Se tiraban al piso y barrían la pelota y los tobillos ajenos como si fuera una final de campeonato. El sol del medio día les daba de lleno pero cuando sos chico no te importa. Pronto comprendí que estaba sentada detrás del arco, suponía un riesgo y me corrí. La señora que tomaba mate a la sombra me copió la táctica.
Ellos brillaban de sudor y exhalaban energía, como vectores de velocidad en direcciones inversas. Los caniches se cansaron. Una jugada paso de largo, mandó la pelota a la calle, esquivando por nada la cara de la señora que, de repente, gritó: - ¡¿Qué te parece si corres el arco, pichón?! – Su voz estaba llena de tango, de pucho y de sol. Ellos prefirieron tirarse al suelo, tenderse justo donde habían quedado parados. La señora esbozó una carcajada triunfal y me ofreció un mate. La plaza era pura vida. Hacía calor, pero <se podía estar>. 

domingo, 19 de agosto de 2018

Llegar a acurrucarse

Una melodía de campanitas navideñas sonó a lo lejos, en la espesura de la noche filtrándose por entre las tablitas de la persiana, atravesando las cortinas de voile, inundando de pronto la oscuridad. Sofia dormía, o levitaba, en ese sueño denso y constante de los eternos, de los seres en quienes la vida no hace mas que reflejarse, sin alterar su naturaleza de mito, legendaria.
Al principio no advirtió el tañido. Sonreía. Debía ser un sueño feliz. Tampoco escucho la puerta, que al abrirse lentamente hacia bailar el campanario que colgaba del marco. No sintió los pasos, pesados, amortiguados por las suelas de goma. El llegado se esforzaba en silenciar sus movimientos, temiendo ser culpable del abrupto despertar de la sabiduría. Se acercó a ella en puntas de pie, ya descalzo. La observo un instante. No dejaba de maravillarse con la sonrisa onírica que desplegaba únicamente en la inconsciencia. Dejó escapar un suspiro infinito, ahogado y ya sin aire en el cuerpo se acurruco junto a ella que ahora, sintiendo el calor en su espalda, pudo por fin percibir su presencia. La noche se volvió mas profunda, mas oscura y sin embargo, la luz que exhalaban los cuerpos la hacia mucho mas leve. Inmortal. 

jueves, 16 de agosto de 2018

Porteñito

¡Linda!, escuche a lo lejos, como un murmullo desordenado que me llegaba por encima del hombro izquierdo. Nunca me doy vuelta. Camino siempre apurada y cruzo la calle para llegar al subte. A medio tramo de escalera una mano abrazó mi campera. Casi sin mirar me corro a un costado, me safo de tu abrazo, que no sabia que era tuyo y escapé. Bajé a tropiezos y el molinete me rescato. Vos de un lado y yo del otro. Recién ahí te veo y te reconozco. Pierdo un tren, o quizás dos. El tiempo ya no significa nada. El espacio es lo que ahora importa. Te bastaba cruzar pero no lo hiciste. Estiraste la mano y no alcanzo. Me perdí un momento en tu cara de miedo. Supe de inmediato que se me venían abajo todos los estantes. Vos de un lado y yo del otro. Otra vez el ruido a metal que grita injuriado. Los faroles que se acercan haciéndose lugar a través del túnel. El tiempo. Las puertas se abrieron y entre. Te bastaba cruzar, pero no lo hiciste. Si hubiéramos tenido un piano de fondo, habría sido un gran final.

domingo, 12 de agosto de 2018

Dos que se miran

Para serte totalmente honesta, no se ni como empezó. Supongo que como empiezan todas las cosas lindas de la vida, paseando la mirada por las góndolas del mundo. Hojeando la revista mas vieja del consultorio, aburrida, bufando de hastío. Y en eso levanté los ojos. Los arroje por todo el ancho y el largo de tu existencia. Sin vergüenza. Sin pudor. Sin esconder  interés. Nunca me pareció correcto eso de mirar para otro lado, mucho menos ahora que el tiempo me  da razones para no hacerlo. Y no es que hubiera algo particularmente llamativo en tu apariencia. Supongo que eso me gusto mas. La simplicidad de tu luz, que no opacaba las ajenas. Sentado ahí todo desparramado, casi derretido, amontonado. Y yo que enseguida puse pose de princesa. Agache los anteojos cuando te moviste. No me atreví a quedar en evidencia. De repente me volvía la conciencia. Expulsada del jardín del paraíso de tus ojos, me sentí vacía. Espere, porque todo es tiempo y es espacio. Sentí en los huesos y en la frente que ahora vos me mirabas a mi, entonces clave la vista en la mesita de café que tenia delante, en mis zapatillas, haciendo círculos con el pie para... no se. En eso escuche mi nombre, a lo lejos, en otra dimensión que no era la que compartíamos vos y yo. Supe que era mi turno. Me levante muy despacio y en un acto de suicidio emocional, aun a medio camino de pararme, te mire por encima de los lentes. Fijo. A los ojos. Si esa sonrisa fue para mi, entonces valió la pena.

miércoles, 8 de agosto de 2018

Dime que burbuja persigues y te diré quien eres


Es domingo a la tarde y algún suceso fortuito me  deja sin luz. Compruebo que nada funciona en este siglo sin electricidad y decido transladar las lecturas al parque. Aun le quedan unas horas a la tarde. Me busco un buen árbol y me instalo. Leo despacio y con tiempo, algo que por estos días resulta un tesoro. Digo entonces que leo, hasta que una mosquita graciosa me obliga a levantar la vista y ahí es cuando los veo. Mágicos ellos y mágicas las burbujas. Pompas tornasoladas que crean como duendes en fuga de un cuento fantástico. Los tengo de frente. Dos jóvenes adultos y una criatura que corre las pompas con normal fascinación. Las atrapa, le revientan en su minúscula naricita. Se ríe, con toda la cara. Corre hasta tropezarse y caer sobre la manta y sobre el cuerpo del muchacho que también ríe. La chica tiene entre manos dos ramas atadas con un tramo de lana que sumerge en agua jabonosa y sopla. Sopla la lana y forma las burbujas que luego el niño corre. Sigo mirándolos un rato más, compartiendo con ellos la felicidad de no necesitar mas que dos ramas para ser felices. Tres metros mas adelante, en otra manta, convive una pareja en otra dimensión. El sector de la realidad en la que yo misma me suelo encontrar. Se chocan las rodillas, se tocan los pies pero no se miran. Cada uno orbitando una galaxia diferente contenida en la pantalla de su teléfono. La imagen completa es el negativo de la postal gloriosa de las burbujas. Tan triste. Tan muda. De repente una de las pompas tornasoladas cobra un tamaño increíble, adquiere independencia de la lana y comienza a flotar en el aire. A desplazarse. ¡Vuela!. Me siento entusiasmada y sonrío, pues creo que viene hacia mi. Sin embargo la pompa audaz tiene otros planes. Dobla a la derecha en el éter y revienta exactamente entre las caras de los dos jóvenes intergalacticos (Pompa juguetona) Aquello no les deja mas remedio que apartar la vista de las pantallas y mirarse de verdad, con asombro, quizás por primera vez en un tiempo. Ambos sonríen a la vez. El anochecer ya es inminente y los faroles se encienden coronando la escena. En ese momento doy gracias de estar justo donde estoy, observando el obrar de la pícara pompa. Doy gracias por haberme quedado sin electricidad y a causa de ello, haber encontrado otra clase de luz.

--------------------------------------------------------------------
(Fotografía propia - Jardines frente a la Biblioteca Nacional)

domingo, 5 de agosto de 2018

Vine volando

Vine porque  me dijiste que viniera. Vine pensando que querías verme, que por eso me habías mandado llamar. Vine sin pensarlo, casi descalza, casi desnuda. Helada. Arrastre por el camino la bolsa delicada que significaron mis agallas. Le baje el volumen a mis pensamientos. Vine en ascuas. Desarmada. O rearmada, como rompecabezas al que le faltan piezas. Le faltas vos. Al que sostengo con cinta de pintor. Con curitas de colores. Con dolor. Vine volando sobre nubes fucsias en plena madrugada, con el aire helado que me pegoteaba las mejillas. Lagrimeaban los ojos, no por llanto, si por sequía. Vine porque aun queda una vuelta de tuerca en este desastre que es el mundo. Y quien iba a decir que la banda de sonido de nuestra locura termino siendo una vieja rocola. Un jazz desesperadamente largo. Un Blues jadeante y polvoriento. El sonido de la púa saltando de pista. La pausa. El acople sordo que acompaña la voz. Vine porque me dijiste que viniera. Y acá estoy.




--------------------------------------------
(Fotografía propia - San Telmo)