domingo, 27 de mayo de 2018

Mates con miel

Sara sacó la pava del fuego antes de que el agua hirviera. Lleno el mate de yerba y cedrón. Dos cucharadas de miel al agua. Eduardo odiaba los mates con miel, pero éste era sólo para ella. Él dormía la siesta, como hacía religiosamente desde que se había jubilado. Sara nunca dormía por la tarde. Era su momento a solas. La mente, como un reloj de arena, depuraba por su cuello angosto pensamientos de todo tipo. Se llevó el termo al patio y se sacó las alpargatas. Apoyo los pies desnudos en el pasto. Manías de vieja, que sin embargo tenía desde chica. Caminó un par de vueltas cerradas, de cara al sol y se desplomó en la hamaca. Era su momento. Se permitía sentir todo. Lo bueno y lo malo. Lo simple y lo complicado. Eduardo dormía con ese sueño profundo y pacífico que tienen los hombres que llevan una vida hecha. Ella pensaba. La hierba húmeda le enfriaba los pies. El mate, dulce de miel, la acariciaba por dentro. Pensaba en sus hijos. Adultos fuertes, prósperos. Pensaba en sus nietos. Criaturas extrañas. Tan imaginativas. Tan delicadas y a la vez tan increíblemente fuertes. Extraordinarios. Pensaba en Eduardo. En esos cuarenta años que habían compartido y en todas las historias que encerraba en sus ojos. Cebó otro mate y pensó. Esa noche se pondría la blusa negra con piedritas que a él le gustaba tanto. Que había elegido para ella. Quizas algo de carmín en los labios. Porque después de cuatro décadas y de tanto (tanto) aún quería impresionarlo. Aún quería ver en su bella cara, surcada por el mapa de una gran vida, ese gesto travieso que a los veinte la enamoró. Siempre.

domingo, 20 de mayo de 2018

Que lindo es verlo respirar

De repente la linea enloqueció. Se volvió violenta, irregular, histérica. Era  bella y armónica. Era estable. Era luz. El primero en verla alerto al resto. Una frase hecha. Un código. Algo que en si mismo no significaba mas que un leve llamado de atención. En tono calmo, serio. Todos los presentes arrojaron la vista al monitor. Soltaron  lo que llevaban entre manos. Se empezaron a mover. Sincronizados. Un ballet de batas verde esmeralda. Giros. Cambios de posición. Uno a la cabecera. Uno a cada lado. El resto yendo y viniendo. Buscando y trayendo. Y el sonido agudo de la alarma anulaba el espacio. Anulaba el tiempo. Todo es movimiento, pero nadie habla. No hace falta. Ochenta kilos morochos pesan sobre dos manos que se entrelazan y se apoyan en el pecho izquierdo de quien yace. Rítmicos movimientos de colapso. Subida y bajada. El morocho se agita. Respira hondo y sigue. El resto se sostiene en inhalaciones breves. El encargado de vigilar la pantalla se emociona. La linea cambia. Se aplaca. El morocho para. Todos vuelven a girar. Cambian lugares. El ballet continua. El ruido ensordecedor de la alarma se detiene. El que yacía reacciona. Vuelve. Toma aire como quien acaba de salir del agua. Pestañea. Pregunta que ha pasado. Le dicen que nada, que esta todo bien, que descanse. Y descansa. Tranquilo. Y que lindo es verlo respirar. Porque con él, volvemos a respirar todos. 

domingo, 13 de mayo de 2018

Carta a Camila

"Adorada Camila: te escribo sabiendo que al recibir esta carta, al ver de quien proviene, con toda seguridad la romperás y la tiraras, tan rápido, como si el papel envenenado de un amor tan terrible y doloroso te quemara la punta de los dedos y, desde allí, te incendiara el cuerpo. Te escribo sabiendo que, aunque leyeras mis tristes versos, no responderías. Ya me has dejado en claro que se han acabado las palabras destinadas a quererme. Me has hecho saber, de formas tan verosímiles, que has dejado todo lo que te fue posible dejar. Y lo imposible también. Lo increíble y lo terrible. Lo real y lo inventado. Lo que dictaba tu cuerpo y lo que prohibía a gritos tu alma, desesperada. Te escribo sabiendo que, aun si respondieras a estas palabras, tan dolorosas, tan descaradas, tu respuesta no haría mas que hundir en mis entrañas el puñal de la derrota. 
Aun así te escribo, amada Camila, para decirte cuanto lamento haber sido tan mezquino con mi amor, tan insulso de caricias, tan corto de futuro. Para decirte que no hay noche en que no me retuerza en mi propio lecho de espinas, atormentado por la culpa de haberte herido. Por la culpa me despierto entre sudores, arrepentido de haber elegido tan mal mi destino. Solo te escribo, amor, Camila, para decirte que no habrá vida en que no recuerde con nostalgia tus besos de sirena y tu inmenso poder de convertir las posibilidades en verdades absolutas. En estas lineas va mi alma, amarrada entre cada punto y cada coma. Porque a pesar del tiempo, del espacio y de la velocidad que hubo de poner fin a nuestro asunto, siempre es necesario pedir perdón para decir adiós. 
Perdón. 
Adiós."

domingo, 6 de mayo de 2018

De todo y de nada y del mundo.

50 pasos a la derecha y 10 a la izquierda. Desde la esquina del Jacarandá hasta tu portón. 5 pasos más desde mi puerta hasta el árbol. Esa era la distancia exacta que nos había separado siempre. 65 pasos. Lo sé porque solíamos contarlos, jugando en la vereda, atardeceres inmortales. Los contábamos simulando que eran kilómetros y que recorríamos esa inmensa distancia sólo para encontrarnos. Por encontrarnos. ¿Te acordas?. Contábamos los pasos y al acercarnos, cuando ya quedaban pocos, abríamos los brazos, gigantes, ansiosos por ese abrazo. Risas infantiles. Vueltas en el aire. Caer al pasto en la entrada de tu casa, o de la mía. La ropa verde hierba. Pasto en tu pelo. Las flores lilas del Jacarandá que juntabas para regalarme. Una en mi pelo y otra en el ojal de tu remerita de uniforme. Y el sol caía. Moría solo y envidioso al final de la calle, vigilando nuestra algarabía. Pero nosotros no queríamos entrar. Contábamos los pasos, ¿te acordas?. Jugábamos a encontrarnos. Imaginábamos que sólo una gran distancia nos separaba y que bastaba con contar los pasos para vencerla. Para ese abrazo. Para que el atardecer nos escondiera de todo, y de nada, y del mundo. 65 pasos que los años hicieron cuadras, y el Jacarandá en la esquina, desbordado de flores. Y ese abrazo. Los dos al pasto. El sol que se iba y el olor tan fresco del rocío. 65 pasos que no eran nada, pero lo fueron todo. ¿Te acordas?.