domingo, 25 de marzo de 2018

Sera quizás el miedo

No lo se, sera quizás el miedo a lastimarme. O no. Porque ya me he lastimado muchas veces y a fuerza de práctica, he aprendido a sanar. Son las marcas que dejan las heridas lo que nos hace realmente conscientes de quienes somos. No es eso entonces. Sera tal vez el miedo a lo desconocido. Al extraño. A esa persona cuya tarea es la mitad del movimiento, el numero par, las dos patas diestras de la silla. Tenerle miedo a quien debe sostenerte, porque quizás no lo haga. Si, esto puede ser. No hay cosa mas distanciadora en un vínculo que el desconocimiento del otro. Aunque pasadas un mínimo de horas, un lapso prudente en el cual el contacto es prioridad, el desconocido deja de verse borroso. Se vuelve nítido y fuerte. Se vuelve real. Y entonces le confías tus manos. Le permitís sentir tu peso. Le sostenes la mirada para que sepa que estas bien. Empezas a confiar. Ahora el miedo es otro. Ya no es desconfianza. Es ego. El aterrador momento en que necesitas ceder el control para poder seguir. Entregar el mando. Dejar de actuar. Abandonar tu cuerpo a merced de la idoneidad del otro. Definitivamente, ese es el verdadero miedo. Soltarse del agarre principal. Abrir los ojos. Acordarse de respirar. Repetirte una y otra vez que estas bien, que confías en tu base, que la sensación de vació es aceptable, que por favor, de una vez por todas, te dejes sostener. Te entran ganas de llorar, pero aguantas, porque sabes que viniste a esto, a que alguien te enseñe a soltar. Entonces ese otro que te sostiene, que ahora es parte de tu cuerpo, te pregunta si estas bien. Tenes ganas de decirle que no, pero le contestas que si, porque no queres bajar. Queres quedarte ahí arriba, volando en sus pies. Y es que ese miedo controlador y estricto quizás no se vaya nunca, pero por un instante, en ese único momento, sos libre. Y estas bien.


domingo, 18 de marzo de 2018

Tan valientes

Eramos tan valientes, que decidimos vivir por siempre bajo las sabanas. No escondidos, no ahogados en sofoco. No por alejarnos de nada, sino por acercarnos a todo. No por miedo, por atrevimiento. Convencidos de que no habría mejor lugar que la piel del otro. Enredados. Marañas de otredad. Sin limites fijos entre su cuerpo y el mio. Eramos tan valientes, que nos paramos al borde mismo del abismo, nos tomamos de las manos y sin mirar abajo, nos dejamos caer. La vista fija en tus ojos que se abrían, enormes, inmensos. Eramos tan valientes, que decidimos amar. 

miércoles, 14 de marzo de 2018

El ángel caído

Susana llego aquel día al hospital, como cada mañana desde hacia 10 años, con su reluciente uniforme blanco y esa sonrisa tan especial, tan querida por todos. 
Su sala de enfermos era la mas delicada, a la que ibas a parar cuando las cosas se te ponían en verdad difíciles. Sin embargo, era la mas cuidada, luminosa y alegre del hospital. Susana se encargaba de que así lo fuera. Ya suficiente tenían con estarse muriendo, decía, no necesitaban hacerlo en un lugar horrible. 
Aquel día se presento de arranque complicado. Habia un brote de fiebre en la ciudad y los padecientes no paraban de llegar. Niños, adultos, ancianos. El hospital reventaba y Susana corría. Volaba en un remolino de vendas frías y ungüentos. Se aguantaba el llanto tragando mares. No dejaba jamas que la congoja de la calamidad le impidiera hacer su trabajo, ese que tanto amaba. 
Perfilaba la tarde. Los últimos convalecientes ya estaban instalados y en la sala pesaba un silencio agotador. Sentada de costado a la ventana, Susana cambiaba las vendas de un joven que volaba de fiebre y temblaba de frío. Llevaba tres mantas que no llegaban a abrigarle el dolor. El lloraba. Ella no. Ella susurraba hermosas palabras de cariño, ignorando por completo la presión de su pecho.El joven se agarraba desconsolado a las faldas de su ángel. Un ángel caído. Sollozaba, temblaba, sudaba. Ya no alcanzaban ni las mantas ni las vendas para quitarle el frío de los huesos. No sabiendo mas que hacer, Susana se acostó a su lado. Abrazo al joven como una madre acunaría a un niño pequeño. Le echó cuanto pudo su cuerpo encima, regalándole a la vez su calor y protección. Y allí, hundido en un mar de lagrimas, sudores y terrores, el ángel caído contuvo al joven y a los otros 29 enfermos que había a su alrededor.< Nadie va a morirse hoy>
Susana sabia que nunca jamas se inventaría medicina mas poderosa que la propia Humanidad.

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El ángel caído recobra la vida 
Le sangran las manos, se lame la herida 
No olvida, no deja que el viento apague 

El fuego que hay en su interior