La criatura lloraba. Se ahogaba en llanto. La mujer de los grandes anillos miraba sin pudor, altiva, repugnada o indignada, no sé. Mientras la criatura se ahogaba los demás escondíamos la mirada temiendo importunar, acalorados por la impertinencia de los grandes anillos, que ahora repartían opiniones desoídas. Absorbíamos la tristeza desesperada y desolada del mocoso. Con la mirada clavada en el exterior que se borroneaba rapidísimo al otro lado de mi ventana, imagine una madre inexperta, acomplejada, inventando lo fantástico, una criatura que se partía el cuerpo, se rajaba la ínfima existencia en llanto, una multitud populista que a esa hora del día colmaba el transporte sin ser capaces de medir sus propios mega hertz. La vergüenza de no poder callar la propia sangre. Los demás, como siempre, mirábamos para otro lado, impotentes. Fijo a los anillos parlantes. A golpes de retina quererlos callar. La criatura lloraba...
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En el kiosco había sombras. Lo sé porque las vi con estos mismos ojos que ahora te miran. Las vi varias veces. Siempre las mismas, una p...
Me gusta leerte en voz alta. Un abrazo.
ResponderBorrarLeer en voz alta es transportar el texto a la realidad. Gracias.
BorrarY escuchar el sonido de las palabras como caídas del cielo del techo.
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