domingo, 16 de septiembre de 2018

El lugar del tiempo

La boca seca le ardía y ya no sentía el paladar. Toda la escena se volvió, de repente, borrosa. Desenfocada. Sacada de contexto o de universo. No sabía exactamente donde estaba aunque la presión constante que pulsaba entre sus ojos le adelantó que no era un buen lugar. Seguramente el brillo inexplicable que entraba a borbotones por entre las tablitas de la persiana lo desoriento. Creía estar aún al abrigo de la noche. No recordaba tal paso de tiempo. El día lo desgarro, perdiendo todo intento de equilibrio. Se restregó los ojos con los puños cerrados, con fuerza, casi con odio. Intentó tragar, aunque no pudiera, en ese momento, juntar la cantidad de saliva mínima necesaria para movilizar la garganta. Parpadear, varias veces, hasta adaptarse a la nueva luz.
Por fin pudo reconocer, no sin antes dudar, que el cuarto en el que había despertado no era el suyo. Los repentinos ruidos de una ciudad que emergía desde la profundidad del exterior lo confundió más. La cuestión del espacio, sumado al cambio incomprobable de tiempo eran cosas que, juntas, no podía manejar. Intentó incorporarse y ese cambio abrupto de presión le implosiono el cráneo y el rostro. Debió sentarse, esconderse entre sus rodillas, liberar algunas lágrimas descompresivas y luego, por causas desconocidas, estallar en una risa histérica, aguda, de una locura multicolor, potencialmente sofocante, hasta quedarse sin aire. Acto seguido, se desmayó.
Lo mejor, en estos casos, es dejar que el tiempo tome su lugar.

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