domingo, 14 de octubre de 2018

En el tren

-Delicada como papel de arroz- pensó Pablo cuando al fin levantó a Clementina del suelo polvoriento y frío, y salieron de ahí. Helada como estaba, conservaba una sombra de rubor en las mejillas. Le sonreía, observándolo sin pestañear mientras él la guiaba fuera del edificio. Aún era de día. El sol calentaba el asfalto y al tocar la porcelana que recubría la piel de Clementina resbalaba, ajeno a ella, se volteaba y le daba la espalda a la princesa pálida que sin embargo disfrutaba de su proximidad. Pablo la sostenía con elegancia del brazo, como pareja antigua, foto en sepia. Recorrieron a paso desinteresado varias manzanas, esquivando los adoquines impares, pateando piedritas. Ella iba en puntas de pie. Él le daba apoyo.
Pasaron por la estación y ella propuso tomarse el tren. -¿A donde?- pregunto él. -No importa- le respondió sin mirar y no dio tiempo a dudar. Un tren al norte. Un asiento doble junto a una ventana. Las vías que se sucedían entre arboledas. Barrios de hermosas casas. Plantas frutales.
El día fue agotándose mientras ellos iban y venían en un tren que no los llevaba a ningún lado, porque estaban justo donde debían estar. 
De la nada (o de los bolsillos) Clementina sacó un papel y un lápiz. Observó un segundo más el perfil de Pablo, recortado por la luz de noche del ventanal, y anotó:

"Si fueras de mentira, me creería el engaño, y
si fuera un sueño, despertaría.
Sólo para contarles lo bello que fue
haberte encontrado en mis pensamientos."

Doblo el papel en ocho partes y lo escondió en la ranura del marco de la ventana, justo debajo del rostro de Pablo, que miraba intrigado.-Volveremos a encontrarlo - dijo, y le sonrió. Luego se recostó en su hombro y se quedó inmóvil, dormida. 
El tren iba y venia.

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