Las posibilidades eran muchas. Podía correr y esconderme. Claro que para eso necesitaría encontrar un escondite amplio y cómodo en donde quepan conmigo todos mis miedos. Sería difícil pero no imposible. También podía quedarme ahí, bien quietita, sin hacer el menor ruido, sin siquiera pestañear. Intentar pasar inadvertida, hacer de cuenta que nada pasó o que no importaba. Seguir haciendo lo mismo, día tras día y esperar a que todo se resuelva. Por decantación. Por su propio peso. Que de buenas a primeras se desintegre todo en el espacio, como en ese cuento de Lugones, con el aparata cuboide que desintegraba la materia. Aunque pensándolo bien, terminaba por desintegrarse él. No. Por otro lado, podía dejar de ser cobarde. Podía juntar un buen cajón de coraje, cinco o seis kilos de agallas. Enfrentarlo. Ensayar las palabras justas y también el tono. Actuar lo suficientemente bien para que la voz me deje de temblar, para sostenerle la mirada fija. A los ojos. Para no dudar.
Como dije, las posibilidades eran muchas, pero sólo una me aseguraba el final correcto. La prontitud. La solución definitiva. Como pasa con los túneles, en la vida a veces es necesario romper para poder construir.
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ExpressAte sin aluciones político-religiosas malintencionadas. Gracias!