Al
quinto día no fue a trabajar. Encerrado en su habitación. La de siempre.
Autitos metálicos despintados. Cortinas azules. Empapelado. Había permanecido
la noche entera sentado sobre la colcha con dibujos de palmeras. Piernas
cruzadas. La carta delante. Sin pestañear. Virgilio, perro fiel, echado a un
lado, rascaba el sobre de papel madera con su pata. ¿Qué iba a hacer? No podía
entregarla, por más que lo hubiera intentado. No podía devolverla. Solo restaba
hacer caso al guía y abrirlo. Pidió disculpas al universo cármico de la
privacidad de correspondencia. Fue cuidadoso. Como un amante primerizo. Despego
con delicadeza la cinta. Levanto la solapa. Miro adentro. Muchas hojas,
abrochadas. Una especie de informe. Manuscrito. Cursiva. Tinta de pluma. Su
nombre en el primer renglón:
“Juan
Francisco Soler. 28. 1,80mts. 80kg. Moreno. Madre Alicia. Padre Alfonzo. Deja
su domicilio cada mañana a las 7 am…” 15 hojas ilustradas sobre su más profunda
intimidad.
Nauseas.
Terror. Paranoia. Toda su vida extraordinariamente detallada.
Desesperado
llama a su madre. Que haga un bolso ligero y lo espere en la estación. Que lo
vigilan. Que seguro lo persiguen. Que se apure. Que no hable con nadie.
Sale
corriendo. Cegado. Tiembla y corre. Lo ha dejado todo. A los pocos pasos ya está bañado en
transpiración. Se esfuerza por respirar. Corre más rápido. Cruza el parque. El silencio profundo de la
madrugada lo irrita. Solo algunos grillos. Calles totalmente vacías. El paso a
nivel. La oscuridad. La niebla. Espesa bruma. El silencio. Corre más aunque el
dolor punzante de las costillas casi lo desmaya. Las vías. Una luz intensa. La
insistente bocina. El tren…
FIN
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ExpressAte sin aluciones político-religiosas malintencionadas. Gracias!